martes, 17 de abril de 2018

LAS CRECIDAS DEL EBRO Y LAS INUNDACIONES: ¡POCO NOS PASA!

Quinto de Ebro


Estos días en redes sociales se publica, se pregunta y se especula con el tema de las inundaciones: que si hay que dragar, que si ya no dejan extraer gravas, que si hay que limpiar los cauces y ¡cómo no!, no puede faltar el argumento estrella tras cada crecida: que si se desaprovecha el agua caída y se desperdicia porque se pierde en el mar... Como si los ríos fueran un error de la Naturaleza que unos dirigentes audaces, desbordantes de talento, van a corregir o hacer entrar en vereda a base de hormigón. El trasvase del Ebro, al igual que los caracoles, asoma tras las lluvias cuando sale el sol. Fue un proyecto vetado por la Unión Europea, ruinoso económicamente (más de cuatro mil millones de euros) y de una factura energética continua imposible dedicada a mantener al menos diez bombeos eléctricos; el Tajo-Segura sólo requiere uno.

Un río tiene fases de crecimiento y estiaje que esculpen el territorio y sustentan agricultura, pesca, ganadería, turismo..., el agua que el Ebro vierte al mar conforma el sustento natural necesario para su propio cauce y para los hábitats fluviales y marírtimos, además de acarrear el material que conforma las playas. Hay que añadir que un río tiene partes que no se ven porque están bajo el subsuelo, y precisamente en estos episodios de crecidas e inundaciones se recargan para suministrar el agua almacenada desde la parte subterránea en forma de acuíferos, que la llanura de inundación es parte del propio río y que está en su genética, como en su nombre, la inundación. También que la limpieza de los cursos y el arrastre en estos episodios son la base de sectores económicos importantes que dependen de la sedimentación y las corrientes, como son la pesca o el turismo de playa.


DINÁMICA HÍDRICA COMO PATRIMONIO NATURAL, NO COMO UN ERROR

Hoy esas llanuras han sido conquistadas por negocios vulnerables por su arriesgada ubicación. Polígonos industriales, enormes áreas de monocultivos intensivos e incluso granjas y urbanizaciones se han cimentado sobre un órgano fluvial: la llanura de inundación. Se ha confiado su ínfima seguridad a unas motas de tierra que han encañonado los cursos para evitar que se expandan en una determinada zona y así favorecer un negocio o una especulación urbanística. De esta manera se propicia el que el agua salga disparada hacia el primer lugar de expansión que encuentre, algo que es, entre otras cosas, parte de su dinámica natural y su actividad. En su caso, el nivel de defensa es tan escaso (por motivos de temeridad, no gastar en seguridad o de clara ceguera científica) que como ha pasado recientemente con el Ebro, el río rompe las motas.

Las crecidas han existido siempre y seguirán existiendo; incluso pueden agravarse como eventos extremos ante el Cambio Climático. No es culpa de un río determinado el exceso de embalses, ni los trasvases, ni el que nos creamos dueños de una Naturaleza que es como es. Intentar echarle pulsos a ver quién es más cabezón trae muchos perjuicios y desavenencias, porque es absurdo no amoldarse al medio que garantiza nuestra propia existencia. Nos hemos apropiado de ella, y la prueba es palpable cuando hablamos de "nuestro Patrimonio Natural". Actuando así somos muy modernos, pero también hacemos gala de una arrogancia temeraria: nos hemos apropiado de algo que apenas conocemos y menos aún podemos controlar. Hemos articulado leyes congruentes para evitar los impactos, pero las guardamos en los cajones de los despachos de las administraciones.


LA LEY DEL SUELO
 
La ley del Suelo de 2008, en su artículo 15, vela por la seguridad ante riesgos naturales a través de los mapas de riesgo, no lo consigue, porque dicha ley muchas veces no se cumple. Pero menos aún ha conseguido parar la catástrofe de la especulación. Lo primero, es decir, no cumplirla, sin embargo es ilegal, aunque no se persigue, lo segundo (la especulación) no es ilegal, no obstante "se cumple al pie de la letra".

Está claro que la ley del suelo va por un lado, la especulación por otro y la realidad constructiva y territorial por otro diferente, el resultado es catastrófico, los responsables de tales desavenencias para el patrimonio natural, cultural y social del país están en las administraciones. La especulación ha podido a través de su poder de seducción llenando bolsillos, campar a sus anchas. Ahora no nos quejemos de lo que tenemos, esas prácticas no solamente han puesto en peligro nuestra economía, también el medio físico en el que desarrollamos nuestra existencia.

Pero la culpa no la tiene el río, sino nuestra ignorancia y nuestra patosa interacción con él; las políticas urbanísticas depredadoras, negligentes y temerarias propician el caos y la ruina, también una distribución del territorio disarmónica con los postulados de los científicos a los que en una sociedad como la española, donde en buena parte reina el pensamiento mágico con su fervor religioso meteorológico y el cuñadismo más arrogante, se les tacha de lo que haga falta si sus indicaciones basadas en concienzudos estudios, no convienen a ciertos terratenientes, ahora aspirantes a aguatenientes.


¡POCO NOS PASA!

Sólo están bien vistos los argumentos que se venden ya prostituidos: si propician el lucro a corto plazo para el cacique de turno o convienen al presidente de un equipo de fútbol. Es decir, bajo esa perversa perspectiva aún no erradicada, el Duero, el Tajo, Ebro, Guadiana..., no serían ya errores de la Naturaleza que desperdician su agua arrojándola al mar, sino un castigo divino para fastidiar a los españoles; entonces el erario público gastará con la alegría de unos pocos espabilados y la resignación general, ingentes cantidades de dinero en absurdos drenajes, dragados inútiles o propaganda para construir y recrecer embalses como penitencia y enmienda para el país con más embalses per cápita del planeta, pero la mayoría de ellos vacíos...

Ya hay alguien que se frota las manos. Aunque el país más seco de Europa se convirtiera también en el mayor exportador de agua mientras duraba el sueño del petróleo barato. Nos la podemos encontrar en forma de tomate, lechuga, o coliflor en cualquier supermercado de Londres, París, Bruselas o Copenhague.

España ha vivido los últimos 40 años en estado de sequía el 55% del tiempo. Hacer más embalses no sólo nos catapultará a ser todavía más campeones en número de embalses por unidad de superficie, sino que nos otorgará el grotesco galardón de ser el país que más aire almacena en ellos. Formarían parte también de esa colección impulsada por una filosofía que tan bien dominamos: aeropuertos sin aviones, autopistas sin coches, pabellones deportivos sin deportistas, hospitales sin médicos ni enfermos..., embalses sin agua.

La creciente saharización de Iberia debemos combatirla con inteligencia y miras a largo plazo, es necesario reponer la materia orgánica perdida y transformar con sabiduría el declive inevitable de una economía primaria completamente petróleodependiente; una agricultura y una ganadería basadas en la quema de combustibles fósiles (trabajos de campo, pesticidas, fertilizantes, procesos industriales, transporte a largas distancias...) tiene los días contados.

¿Qué se puede esperar de un país en el que un buen número de ciudadanos sigue permitiendo e incluso aplaudiendo, el que se aparte a científicos honestos y se recambien por pelotas y soplagaitas a los que se les regala un máster sin tener ni idea de lo que se traen entre manos?

Poco nos pasa...

Meridianamente claro, como diría alguno...
Sergio Gonzalez Martinez